El Supremo Maestro (738)

22 marzo 2011

Había dejado atrás su juventud buscando afanosamente en disciplinas y filosofías tan dispares como el zen, budismo, sintoísmo, islam, cristianismo, judaísmo, la práctica del yoga y la meditación, aquellas respuestas que su espíritu inquieto necesitaba tan imperiosamente. Podía decirse de él que ya lo había probado todo. De ninguna de sus tentativas logró el resultado esperado, más bien al contrario; cada vez era mayor su confusión y frustración. Hasta que un día, resignado ya, decidió rendirse y renunciar a toda búsqueda.

Abatido por lo que él sentía como el abrumador peso de la derrota, fue dando tumbos, sin ocupación ni meta. Más, un día, alcanzó a oír lo que un grupo de jóvenes con el entusiasmo propio de su juventud comentaban:

-Pues sí, dicen de él que es no solo un gran maestro, sino que, además es el mejor, el más sublime, el primero, el más grande...

-Si, -añadió otro- tanto es así que aseguran algunos que con su sola presencia han alcanzado el conocimiento, la iluminación...

-Es cierto -comentó otro- pero seguro que debe ser poco menos que inaccesible. Además vive en un país tan remoto...

Estos comentarios fueron suficientes para reavivar en él la llama de aquella inquietud que tantos años había permanecido dormida.... Y pensó:

Aún que tal vez fuera cierto que fuera casi inaccesible y que además viviera en aquel lejano país del que alcanzó a oír su nombre... ¿Que podía perder él que ya lo había perdido todo, hasta la esperanza?

Por eso y con la firme determinación de su ilusión renovada emprendió el camino hacia aquel distante país.

Después de mucho tiempo y esfuerzo y penalidades que no hacían sino provocar más empeño logró llegar a aquél país. Pero nadie parecía conocer ni saber de aquél gran maestro, a pesar de su fama de ser el mejor, el más grande, el primero.

Nuevamente el desánimo le incitaba ya a una nueva renuncia pues, pasaba el tiempo y ante su desesperación no conseguía que nadie le diera referencia alguna. Hasta que un día, en una de las últimas ciudades que le quedaban por visitar se encontró con un grupo de jóvenes que animadamente iban comentando sobre una fiesta a la que estaban invitados.

Tal vez, y recordando que fueron unos jóvenes también los que con sus comentarios le decidieron a emprender la hasta entonces infructuosa búsqueda, o quizá por una compulsiva intuición se dirigió a ellos preguntándoles por aquel gran maestro, el más sublime, el mejor, sin duda el primero.

Casi no podía creerlo cuando uno de ellos preguntó a su vez a un compañero: ¿No recuerdas que hace mucho tiempo también vino uno preguntando por ese supuesto maestro?

-Si, y creo que se refiere a Kabir... he oído rumores al respecto.

-Pues si es a él al que buscas -añadió un tercero- estás de suerte pues vamos a una fiesta a la que sabemos que él también está invitado. Si quieres acompáñanos y te lo mostraremos.

¿Cómo? ¿A una fiesta? -pensó- ¿Como puede ser esto... un gran maestro en una fiesta? Seguro que hay un mal entendido... Pero gracias a que yo he hecho yoga, zen, conozco el budismo, el sintoísmo... lo veo bien claro ¿como va a ir a una fiesta un maestro? Pero, ya que he llegado hasta aquí, veamos quien es este tal Kabir.

Cuando llegaron a la lujosa mansión en la que se celebraba la fiesta se encontró con lo que a sus ojos le pareció poco menos que una orgía palaciega. Ahora sí que ya no tenía ninguna duda de que allí no encontraría maestro alguno... porque, el que había hecho zen, yoga, sufismo, etc, etc... ¿como podía caer en semejante error? Por cierto, ¿donde estaba el tal Kabir?

Cuando preguntó por él uno de los jóvenes se disculpó: ¡Ah! si, perdona,...espera a ver... ¡Si! ¿Ves aquel joven que está apoyado en aquella columna?... Si, aquella junto a la ventana...

-¿Cómo? ¿Aquel que está besándose con aquella chica?

Pero ¿como podía alguien creer que el tal Kabir fuera un maestro? Afortunadamente, él que había hecho zen, yoga, meditado, etc, etc... tenía sus ideas bien claras respecto a lo que debía ser un maestro. Y por supuesto, el tal Kabir,... ¿en una fiesta de una lujosa mansión y besándose con aquella mujer? ¡Ni por aproximación!

Era evidente que aquellos jóvenes no comprendían el significado de la palabra “maestro” y que no habían comprendido, por lo que nuevamente preguntó tratando de ser más preciso: A ver, ¿no sabríais de alguien que... no sé,... que se haya ido a vivir retirado, que haya dejado todo...?

-Bueno, -interrumpió uno de ellos- ahora que lo dices... recuerdo que mi padre una vez me comentó que siendo aún joven, un amigo suyo se había ido a vivir solo en lo más alto de aquella montaña... Si, aquella que se ve al fondo, por esta ventana. Parece ser que era medio místico o algo parecido...

¡Al fin! -exclamó- ¡Este es el que busco!

Y con una apresurada despedida inició la marcha hacia aquella montaña.

Después de una difícil y fatigosa ascensión alcanzó la cumbre y, súbitamente se encontró frente a la presencia de un anciano que, mayestáticamente sentado en una perfecta posición del loto ante la entrada de una pequeña gruta, estaba sumido en profunda meditación. Con una profunda sensación de sobrecogimiento, respetuosamente se sentó procurando no perturbarle, en actitud de reverente espera a pesar de su impaciencia que, iba en aumento a medida que transcurría el tiempo...

Pero, al fin, aquel anciano al que mil surcos en su rostro y una larga y blanca barba le conferían un aspecto solemne y venerable, lentamente abrió los ojos.

No pudiendo contener más su impaciencia, empezó a narrarle al anciano las incidencias de su larga búsqueda. De cómo gracias a que él había practicado tantas disciplinas, estudiado diversas filosofías había podido adquirir los conocimientos precisos para comprender que si había algún gran maestro, el más grande, el primero sin duda era él ya que tanta era su plenitud que ello le permitía liberarse de la dependencia del mundo y sus miserias y grandezas...

Mientras se prodigaba en elogios a la maestría del anciano, este iba adquiriendo una expresión cada vez más triste y apesadumbrada, y cuando ya unas lágrimas se bifurcaban entre los infinitos y profundos surcos que el tiempo había cincelado en su rostro, con voz grave que reflejaba un gran pesar le interrumpió:

“No hijo, no soy yo el gran maestro, y ni mucho menos el más grande, el primero; sino que, el más grande, el más sabio, es este joven que viste en aquella fiesta.

Sí, porque yo aún debo apartarme la sociedad y del mundo, huir de él para tratar de encontrar la paz en mi. En cambio este joven y gran maestro si puede estar en el mundo sin que el mundo esté en él, esta es la suprema maestría.”

Se cuenta que aquél inquieto buscador fue visto bajando de aquella montaña dando saltos y aspavientos y con grandes risotadas. Algunos dicen que era la risa histérica y desenfrenada de aquel que ha perdido la razón...

Más, otros afirman que esta era la risa espontánea, desinhibida, arrolladora y visceral de aquél que por fin ha comprendido.


Autor: Antonio Coll

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