Mostrando entradas con la etiqueta Bruno Kampel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bruno Kampel. Mostrar todas las entradas

La Edad (685)

17 septiembre 2010

Si tengo que elegir entre callar o gritar, grito, porque callar es renunciar. Cuando debo optar entre la charla amena y el debate ardiente, elijo el segundo, porque renunciar a confrontar ideas es optar por el silencio, y el silencio es un mal consejero cuando se tiene cierta edad.

En el caso de tener que mentir para que me acepten, pues que no me acepten, porque fingir después de los años es robarle sentido a la vida. Más vale que no me quieran por lo que soy que tener que inventar a quien no soy para que me quieran. Si sabiendo tengo que declarar que no sé para que quien no sabe piense que sabe más que yo, o decir lo que sé aunque los que escuchan piensen que no sé lo que digo, elijo lo segundo, porque prefiero que me odien por lo que sé y no que me quieran por mi ignorancia. Si los que me escuchan no saben la diferencia entre el debate y la convivencia, entre la pelea y el consenso, transformando adversarios de un momento en enemigos definitivos, no me queda más remedio que seguir pagando el precio de ser como soy, porque si dejara de serlo traicionaría a todos los años que me condujeron hasta el presente.

En otras palabras, de esa charla entre mí y yo nació la persona que soy hoy. Mayor, pero joven. Adulta, pero adolescente. Peleadora, pero una dama. Son esas las armas para luchar contra el peor enemigo de los muchos años “la vejez”. No sé por qué, pero últimamente me detengo en las cosas más que de costumbre… y me gusta detenerme. Miro cada detalle, cada movimiento. Cuento los tiempos de espera, y así, en cámara lenta, voy descubriendo paisajes que no conocía. Hay vientos, brisas, colores, oscuridades. Hay gente, y miro sus ojos. Casi todos buscando respuestas a su ansiedad, casi todos en una constante seducción a mansalva con el resto del mundo. Van y vienen, se ríen, no se ríen, hablan, gesticulan, buscan, pasan…No saben lo que se pierden…

¿Tomarán conciencia de que cada movimiento que hacen, por minúsculo que sea, puede separar el aire? ¿Sabrán que cada paso que dan, por rápido que sea, deja una huella? … Una huella que dice: “Por aquí pasó alguien”. ¿Sabrán que cada palabra que dicen ocupa un lugar que hasta ese momento lo llenaba un silencio? Y yo sigo allí… observo. Sé que no voy a tener respuestas, porque jamás voy a preguntar nada. A veces me siento metida en un mundo al que no pertenezco. Definitivamente “yo voy en cámara lenta”. Pero es tan maravilloso sentir el espacio abriéndose a mi paso como si me temiera… o como si me amara. Y para colmo respiro hondo, me lo tomo todo, hasta las toxinas. Toco imaginariamente el cielo con mi cabeza… Obviamente, no debo estar del todo bien, me doy cuenta de que, además de ir en cámara lenta, voy a contramano. Por eso no se asustes si los miro y me detengo allí por un rato, o si acaricio lentamente una flor y cierro los ojos. O si nos abrazamos, y les pido que no me suelten todavía… que esperen un poquito más. Es solamente para poder respirarlos. Creo que tengo una necesidad inmensa de trabajar para tener recuerdos. Palabras guardadas, el ritmo de mi corazón.

Recuerdos que respalden mi vida. Recuerdos que pueda contar con todos los dolores y alegrías. Descubrí… que no es lo mismo pasar por la vida que vivir. Que no es lo mismo mirar a los ojos, que entender lo que ellos dicen. Y que es lo mismo el cielo que esta tierra verde. Yo quiero guardar, acumular, tener un archivo de paisajes y sensaciones reales. Ése será mi capital, mi tesoro. La velocidad contagia como una plaga, y yo sé que estoy inmunizada. Sigo… canto mi propia canción y me atropellan multitudes veloces. ¿Se reirán de mí? Confieso que a veces yo lo hago y no está mal. Porque la imperfección siempre causa risa o causa desconfianza. Acabo de darme cuenta de que estoy de curiosa en este mundo. Por eso… Cuando pases a mi lado, trata de ralentar el paso aunque sea una semicorchea, y sé que es mucho pedir, pero es que… quiero que formes parte de mis recuerdos. Quiero guardar la sensación de tu proximidad. Y no sé, dejo abierta la duda, aunque solamente el tiempo será testigo: “Dentro de nuestra posibilidad de guardar la vida, espero que nos demos un hermoso lugar. Quiero creer que nos llevaremos en el corazón para que podamos contar que por allí pasé y que por aquí pasaste”. Yo… seguiré mi camino con mi lentitud, a contramano, curioseando la vida. Y vos, con tu velocidad a cuestas, que quién sabe a dónde te habrá llevado. Pero no importa… “Hay un lugar donde todos llegaremos, los rápidos y los lentos. Y allí, los rápidos esperarán por primera vez, que los lentos les contemos cómo fue vivir”.

Es por todo esto y más que siempre que puedo me dejo llevar por la joven que me habita, porque la edad podrá afectar al cuerpo pero no a la niña que soy, y permitir que los años amordacen y oxiden a esa infante rebelde es caer en la emboscada que la vejez le tiende a todos los que dejan de tener esperanza en el mañana y se rinden a los achaques que los años les regalan. Lo que sí, no me cabe la menor duda de que moriré muy joven, aunque el cuerpo sea muy pero muy viejo. Ojala ustedes también!!!


Autor: Bruno Kampel



Apliquémoslo a todas las edades, a decir y no callar pero sin decir todo lo que se piensa y pensando todo lo que se dice. Y si, la vejez es un estado de ánimo.

Manifiesto De Las Ovejas Negras (678)

25 agosto 2010

Pesando y midiendo actos, situaciones y hechos de la vida, y comparando algunos proyectos con sus resultados, es fácil concluir que generalmente los desafinados somos nosotros y no la vida o los proyectos o sus resultados; apenas nosotros, los pocos que obstinadamente insistimos en pedirle peras al manzano; los raros que no renunciamos a buscar hormigueros en el asfalto; los extravagantes que preferimos ser sordos en un discurso y mudos en un concierto, porque lo que realmente nos ocupa y preocupa son las pequeñas preguntas que desafían, y no las grandilocuentes respuestas que satisfacen.

Somos lo que habitualmente se define como verdaderas y abominables ovejas negras, y no tenemos vergüenza de confesar sin rubor que tal "acusación" nos honra mucho, ya que por temperamento y vocación preferimos cultivar ideas en el jardín del fondo de nuestra vida, a tener que envidiar los rosales que nos miran desde el jardín de nuestro vecino; optamos siempre por plantar un árbol en la esquina de nuestra propia verdad, antes que caer en la tentación de podar los que dan sombra al camino por el cual transita la verdad de nuestros adversarios; siempre elegimos cuidar el pasto que crece entre las estrofas de nuestro ideario o en las entrelíneas de nuestros fracasos, a tener que cortarlo para satisfacer el gusto ajeno; y principalmente, elegimos lavar y planchar nuestras viejas y maltrechas utopías - ésas que aún respiran y nos miran de reojo desde el fondo del cajón de las buenas intenciones - a tener que bajar los brazos y aceptar las órdenes perentorias y casi siempre sin sentido de esa déspota llamada Realidad; y vaya uno a saber qué más, aunque lo único fundamental e inaplazable es que todos tratemos de ser más felices de lo que merecemos y mucho menos infelices de lo que merezcamos, y nada más, ni nada menos.

Es imperativo desear que el tiempo nos enseñe a sintonizar con mayor precisión la frecuencia en que se transmiten los intereses del prójimo, y quien sabe, como premio, ese mismo tiempo haga que el prójimo sea un poco más tolerante cada vez que se enfrente a una idea que propongamos, a un pensamiento antagónico que manifestemos, o a una ideología diferente que defendamos, ya que por más que le demos vueltas, lo que todos estamos buscando son puentes y no precipicios; son temas que obliguen a pensar, y no distracciones que inviten a olvidar; son batallas dialécticas que forjen nuestro carácter, y no simples victorias que lo deformen.

En razón de lo expuesto, proponemos:

1.- Que se suspenda el derecho del gris plomo a participar del arco iris.

2.- Que se degrade al Odio a la categoría de Antagonismo, perdiendo los beneficios que el grado anterior le concedía, como matar sin pedir permiso o pintar de sangre a las palabras y vestir de luto a los discursos.

3.- Que los dedos no más sean usados para apretar gatillos, ni las manos para clavar puñales, ni los ojos para matar mirando, ni la boca para escupir condenas, ni el verbo para sembrar desgracia, ni el dinero para comprar silencio.

4.- Que se prohíba morir por la Patria y se invite en todos los canales a vivir por ella.

5.- Que el discurso de las horas, de los días y semanas, de los meses y los años, produzca instantes repletos de gozo, minutos llenos de alegría, horas cargadas de placer, días plenos de sol, semanas húmedas de ternura, meses rellenos de mañanas, años teñidos de esperanza.

6.- Que se suspenda definitivamente el patrocinio comercial de todas las guerras por más o menos santas que sean, y que se de los fabricantes de la ignominia.

7.- Que se permita el regreso de la inocencia perdida, del injusto destierro al que ha sido condenada, y se la invite a ocupar el lugar de honor que le corresponde.

8.- Que nunca más florezcan muertos anónimos en los jardines de los cementerios clandestinos, y que jamás la desvergüenza vuelva a plantar desaparecidos en la conciencia de los pueblos.

9.- Que las bombas inteligentes se jubilen y se cubran de telarañas en los sótanos de los museos, y que los líderes nada inteligentes se marchiten y sus nombres se borren para siempre de las páginas de la Historia que ayudaron a manchar.

10.-Que la paz rompa las cadenas y que los puños cerrados se abran en manos extendidas hacia el otro, y que la verdad sea la dueña y señora de la última palabra.


Autor: Bruno Kampel



Pensar diferente y reconocerlo implica siempre un acto valeroso. Es fundamental para hacer nuestro propio camino y tratar de ser felices, sin distracciones que te inviten a olvidar, te rechacen, te critiquen y sin miedo.

Related Posts with Thumbnails