Fiebre (824)

20 enero 2012

Por qué me pongo tan nervioso cuando pierdo el autobús o el metro, cuando el coche no está disponible y por una sola vez me veo obligado a ir a pie? No obstante, sé que en Oriente ciertos hombres caminan todo el día entre las barras del carricoche de un rico, por una propina de risa.

¿Por qué lamentarme por una ligera indisposición y preocuparme por una pequeña arruga o mancha roja? También sé que millares de personas llevan en sí un mal incurable, que millares de hombres son torturados por sus ideas, por el color de su piel, o por nada. No pienso nunca, pues, en los otros en los que no tienen piernas o que permanecen siempre tendidos: se volverían locos de alegría si pudieran hacer cola ante la taquilla, andar bajo la lluvia o esperar; y cuando no me sirven puntualmente mi comida, olvido que millones de seres no se sientan nunca a una mesa para comer.

Realmente somos hombres ridículos, estúpidos e insensatos; envenenamos nuestra vida y la de los demás con una serie de mezquindades, mientras tenemos todo lo necesario para ser felices. Tenemos fiebre, una fiebre que se llama: ¡egoísmo morboso!


Autor: Phil Bosmans

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