Noche Buena Y Algo Más... (807)

22 noviembre 2011

En un barrio apacible de callecitas cortas, donde floridos tilos exhalan la fragancia de un nuevo verano, emerge dominante la figura altiva de la vieja casona. Quien aún conserva su antigua semblanza sabe de sus amplias ventanas abiertas, luces encendidas, júbilo de fiestas y ese no se qué con aroma a dicha perfumando el aire.

Desde hace unos años una implacable sombra de proporciones dantescas proyecta en sus muros la plenitud de su imagen reflejando grises de un matiz oscuro que deja en tinieblas a sus moradores Marina y Gastón.
Una soledad profunda, mezcla de dolor y abatimiento domina sus vidas desde aquel instante en que sus dos hijos dejaron la casa y el país natal. Nada ni nadie ha podido sacarlos de esa agobiante actitud de espera en que inexorablemente quedaron inmersos.

Es noche ya, hace calor de primavera avanzada, pero la brisa caliente se ha detenido en e1 umbral de la vieja casona dentro de ella hay un intenso y penetrante frío de soledad perversa. En un ángulo de la sala una lámpara que emite una luz agonizante introduce en medio de una escena callada la figura de los viejecitos. Están sentados uno frente a otro rodeados de una espesa masa de solemnes recuerdos.
Marina deja crujir la mecedora para alejar la somnolencia que provoca esa penumbra desolada y quiebra ese pegajoso silencio con la apertura de un diálogo sutil y tácito:

-Sus figuras me parecen tan nítidas que extiendo mis manos creyendo alcanzarlas hasta que comprendo que para sentir su contacto no es suficiente tenerlas en la mente. ¿Sabes Gastón? Una vez más añoro el abrigo de nuestros hijos en casa.

-Con la llegada de las fiestas navideñas parecería como si la nostalgia que llevamos dentro tomara proporciones desbordantes. A veces pienso que cuando uno tiene la felicidad en casa debiera cerrar todas las puertas para que nada se filtre y para que sólo se pierda cuando se apague la vida.

-Pero no es así, hay que abrir la puerta como ya lo hicieron ayer nuestros padres, pero estoy creyendo que la hemos abierto demasiado grande. Los hijos formaron su hogar y se fueron a un país lejano y aquí nos dejaron con un claro inmenso que se hace aún más amplio a través del tiempo. Cuando son pequeños y hasta su despegue tratamos de darle todo nuestro amparo y cuando los años curvan nuestra espalda aflojamos tanto que somos nosotros que necesitamos de todo su apoyo...¡ pero ya ves viejo! Esta nueva infancia nos ha sorprendido demasiado solos.

— Dijeron volver en dos o tres años, ya pasaron cinco y duele en la piel esta larga ausencia porque es corto el resto que nos va quedando y no hay que fallarles, cuando ellos regresen hay que estar con vida. Abrígate un poco, toma los remedios, alcánzame el saco, que de estas paredes brota mucho frío. Cuando ellos vuelvan ¡Hay que estar de pie!

— Es mejor no sepan que tenemos miedo de que nos falte tiempo, los hijos se apenan con las cosas tristes que piensan los padres al llegar a viejos. Tú, Gastón, debieras mantener con ellos mayores reservas, tus noticias todas son abrumadoras corno si jugaras a ser el primero en sus pensamientos.

- El estar vigente es la carta franca que nos va quedando. Debo confesarte que hasta he pensado en decirles que estamos los dos muy enfermos para ver si el lazo afectivo de entonces mantiene al presente su vigor exacto. Dicen que las aves, lujo del huerto en las mañanas soleadas, un día cualquiera emprenden su vuelo hacia otros prados y cuando regresan si no lo hacen pronto, se sienten extrañas en su propio nido.

— El ayer fue nuestro, ahora hay que hacerse un poco al después, aunque más no sea viviendo al amparo de los viejos tiempos. Tienes razón Gastón, entre estas paredes hace siempre frío. ¡Cuándo será el día en que cese el invierno! Traeré el álbum para ver las fotos así nos creemos que no estamos solos y nos abrigamos un poco por dentro... mira aquí los hijos en la Nochebuena vistiendo la casa con guirnaldas blancas cubiertas de azahares ¿Recuerdas Gastón? Aquí comenzamos a agrandar la mesa. Venían las novias por primera vez. ¡Qué celosos fuimos siempre de los hijos, patrimonio ambiguo que lleva en su esencia la dura consigna de saber compartir!
Fue esa misma noche que dijeron irse fuera de esta tierra que les dio su albergue. Yo estaba algo flojo por esa congoja que oprime mi pecho siempre en estas fiestas y cuando un resonante tañir de campanas anunció el inicio de la Navidad apreté los ojos y tragué mi llanto y fue tanto vieja, lo que me achiqué que sentí vergüenza de estar frente a ellos y que percibieran cómo la figura altiva del padre se entró a derrumbar.

— Hace exactamente cinco largos años que el árbol quedó en el altillo olvidado. Nos aflojes más viejo: vamos a adornarlo, que aun nos queda algo para celebrar y es que estamos vivos, unidos y sanos.
Prendamos las luces, llenemos la casa de blancas guirnaldas cubiertas de azahares y también pongamos a enfriar el champagne. Pero eso sí, viejo, si los hijos vuelven y entra nuevamente la felicidad, como tú bien dices “habría que cerrar todas las puertas para que nada se filtre y para que sólo se pierda cuando se apague la vida”.

...Cuentan que en la Nochebuena, nuestros personajes, Marina y Gastón, echaron a volar su tristeza, y cuando fuertes sirenas y redoblar de campanas anunciaron el Inicio de la Navidad, ellos se abrazaron y lloraron juntos por todos los años que habían pasado desde que olvidaron que en la vida estaban también ellos dos


Autor: Betty Morales

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