¡Cómo no amarte, semejante! Si fuiste engendrado sin que lo supieras. Si recibiste la herencia de la raza humana, sin beneficio de inventario. Si no elegiste tus genes. Si te forjaste en el seno materno, de acuerdo a normas preestablecidas. Si un día, para ti desconocido, te desalojaron de las tibias aguas que te albergaban para lanzarte -sin consulta- a este mundo tuyo y ajeno.
¡Cómo no amarte, semejante! Si apenas llegado a este planeta tuviste que aprender -abrupta e inexorablemente- a llenar de aire tus pulmones y a libar el jugo de tu alimento de vida. Si tuviste que aceptar el llanto como único medio posible de expresión y comunicación con los demás. Si desde muy pequeño debiste aprender que no podrías lograr todos tus deseos.
Que debías acomodarte a pautas ya elaboradas. Si desde entonces, y hasta siempre debes obligatoriamente cumplir consignas, incorporar normas, asimilar premisas. Si nadie te pregunta y quizás tampoco te puedas explicar qué sientes en tu interior; cuál es tu grado de aceptación y conformismo. Cuál es la fuerza de tu rebeldía. Qué emociones te sacuden.
Qué dudas te hormiguean.
¡Cómo no amarte, semejante! Si sólo con esfuerzo y esmero pudiste transitar caminos, abrir posibilidades y concretar aspiraciones. Si las metas a las que arribaste fueron el fruto de ingentes sacrificios. Si llegado a una meseta, percibes que debes ascender a mayor altura. Si gran cantidad de tus sueños se tornan irrealizables y se convierten en bellas quimeras.
¡Cómo no amarte, semejante! Si ocultas tus imperfecciones. Si escondes tus vergüenzas. Si mientes y te mientes para justificarte. Si por tus falencias y tus debilidades caes muchas veces en el mismo error. Si a menudo tu entendimiento te lleva a descubrir tus equívocos, causantes de tu fracaso, pero careces del ánimo suficiente para cambiar el rumbo. Si tus pasiones van a contramano de tu sensatez. Si en ocasiones, el ejercicio de tu voluntad no basta para vencer a tus realidades emotivas.
Si la mente da razones que los sentimientos no escuchan.
¡Cómo no amarte, semejante! Si la enfermedad te agobia. Si el dolor te oprime. Si la salud mengua y pierdes fuerzas; si te invalidas o te discapacitas. Si se acortan los días de tu existencia. Si tu audacia de vida conlleva siempre el riesgo de perderla.
¡Cómo no amarte, semejante! Si andas a tientas. Si yerras por distintos senderos. Si caminas a la deriva. Si te abate el tedio. Si te internas en la oscuridad de la confusión. Si te domina la fatiga.
¡Cómo no amarte, semejante! Si en un mundo lleno de gente te acosa la soledad. Y te desvela el no saber de dónde y para qué vienes. Si sientes el ahogo del miedo, cuando piensas en la brevedad de la vida e ignoras donde concluirá tu destino. Si para sacudirte ese temor ancestral, pones tu fe en un ser supremo que te contenga. Si para vencer tú desamparo creas ídolos, te ajustas a estructuras, inventas moldes para resguardarte.
¡Cómo no amarte, semejante! Si te envuelven las tristezas. Si te aprietan las angustias. Si te enreda el hastío. Si te afloja el cansancio. Si se apaga tu esperanza.
Por fin, -y sobre todo-: ¡cómo no amarte, semejante!
Si tantas veces caes, tantas otras te levantas. Si a pesar de todo, te sobran bríos para luchar, y vencer obstáculos. Si las dificultades generan en ti nuevas energías. Si amas la vida y aprendes a disfrutar de horas dichosas. Si te esmeras en avanzar para superarte. Si te disciplinas y te exiges para ser mejor ser humano.
Si eres único y distinto; mas eres mi espejo y yo soy tu retrato.
Si yo estoy junto a ti y tú estás junto a mí... y podemos confundirnos en un abrazo.
Autor: Elena Gladys Nazareno
¡Cómo no amarte, semejante! Si apenas llegado a este planeta tuviste que aprender -abrupta e inexorablemente- a llenar de aire tus pulmones y a libar el jugo de tu alimento de vida. Si tuviste que aceptar el llanto como único medio posible de expresión y comunicación con los demás. Si desde muy pequeño debiste aprender que no podrías lograr todos tus deseos.
Que debías acomodarte a pautas ya elaboradas. Si desde entonces, y hasta siempre debes obligatoriamente cumplir consignas, incorporar normas, asimilar premisas. Si nadie te pregunta y quizás tampoco te puedas explicar qué sientes en tu interior; cuál es tu grado de aceptación y conformismo. Cuál es la fuerza de tu rebeldía. Qué emociones te sacuden.
Qué dudas te hormiguean.
¡Cómo no amarte, semejante! Si sólo con esfuerzo y esmero pudiste transitar caminos, abrir posibilidades y concretar aspiraciones. Si las metas a las que arribaste fueron el fruto de ingentes sacrificios. Si llegado a una meseta, percibes que debes ascender a mayor altura. Si gran cantidad de tus sueños se tornan irrealizables y se convierten en bellas quimeras.
¡Cómo no amarte, semejante! Si ocultas tus imperfecciones. Si escondes tus vergüenzas. Si mientes y te mientes para justificarte. Si por tus falencias y tus debilidades caes muchas veces en el mismo error. Si a menudo tu entendimiento te lleva a descubrir tus equívocos, causantes de tu fracaso, pero careces del ánimo suficiente para cambiar el rumbo. Si tus pasiones van a contramano de tu sensatez. Si en ocasiones, el ejercicio de tu voluntad no basta para vencer a tus realidades emotivas.
Si la mente da razones que los sentimientos no escuchan.
¡Cómo no amarte, semejante! Si la enfermedad te agobia. Si el dolor te oprime. Si la salud mengua y pierdes fuerzas; si te invalidas o te discapacitas. Si se acortan los días de tu existencia. Si tu audacia de vida conlleva siempre el riesgo de perderla.
¡Cómo no amarte, semejante! Si andas a tientas. Si yerras por distintos senderos. Si caminas a la deriva. Si te abate el tedio. Si te internas en la oscuridad de la confusión. Si te domina la fatiga.
¡Cómo no amarte, semejante! Si en un mundo lleno de gente te acosa la soledad. Y te desvela el no saber de dónde y para qué vienes. Si sientes el ahogo del miedo, cuando piensas en la brevedad de la vida e ignoras donde concluirá tu destino. Si para sacudirte ese temor ancestral, pones tu fe en un ser supremo que te contenga. Si para vencer tú desamparo creas ídolos, te ajustas a estructuras, inventas moldes para resguardarte.
¡Cómo no amarte, semejante! Si te envuelven las tristezas. Si te aprietan las angustias. Si te enreda el hastío. Si te afloja el cansancio. Si se apaga tu esperanza.
Por fin, -y sobre todo-: ¡cómo no amarte, semejante!
Si tantas veces caes, tantas otras te levantas. Si a pesar de todo, te sobran bríos para luchar, y vencer obstáculos. Si las dificultades generan en ti nuevas energías. Si amas la vida y aprendes a disfrutar de horas dichosas. Si te esmeras en avanzar para superarte. Si te disciplinas y te exiges para ser mejor ser humano.
Si eres único y distinto; mas eres mi espejo y yo soy tu retrato.
Si yo estoy junto a ti y tú estás junto a mí... y podemos confundirnos en un abrazo.
Autor: Elena Gladys Nazareno
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